Por Arturo Martínez Paredes
Es común hablar del dinero en sentido de acumulación,
tener mucho dinero es sinónimo de riqueza. ¿Pero cuál es el origen de esta noción de
riqueza?, ¿por qué no entendemos la riqueza, en otros términos? El dinero es
una gran forma, o al menos muy fácil, para medir el valor de las cosas; esta
capacidad, es parte de su definición.
Cualquier cosa, no necesariamente billetes y monedas,
puede ser considerada dinero bajo su definición a partir de sus funciones. Más
allá de tal definición que asume al dinero como equivalente general, y algunas
otras funciones, de las cuales ya habló Saúl Méndez, Esta definición, sin embargo, no explica por qué
vale el dinero, es interesante revisar lo que fundamenta que los billetes y
monedas valgan lo que dicen, los billetes son simples papeles que representan
un valor, pero ¿qué hace que en efecto sirvan para realizar intercambios por
mercancías y servicios? Y ¿cómo llegamos a esta convención?
Los billetes y los títulos de crédito se inventaron
para hacer más rápidas las transacciones, es decir que los billetes son cosas
fáciles de transportar y de cambiar, para que esto sirva se debe tener la
seguridad de que se podrá cambiar ese billete por otra cosa. Este es el
principio de todo nuestro sistema para realizar pagos, la confianza de que un
instrumento valga lo que dice.
Las personas necesitaron algo sólido que respaldara el
valor de los títulos de crédito como los billetes, algo que fuera
universalmente entendido como deseable, y que su valor no se depreciara. Este
rol de algo sólido y deseable lo tuvieron el oro y la plata. Hasta antes de
1971 el dinero estaba respaldado por oro, que ha sido el sinónimo de riqueza,
durabilidad y estabilidad a lo largo de la historia.
El oro y también la plata fueron la base del sistema
de pagos, su forma más refinada fue el llamado patrón oro clásico a finales de
los años 1800. El oro era depositado en los bancos con ciertos estándares de
pureza, y a partir de una tasa de conversión respecto a la cantidad de oro, se
expedían billetes, es decir un compromiso de que el banco pagaría la cantidad
declarada en el billete. Entonces cada banco podía emitir sus propios billetes
y el público eligió con qué billetes pagar; de manera recíproca, quien recibiera
ese billete como forma de pago esperaba que el billete se pudiera cambiar
fácilmente, y que el banco tuviera la cantidad de oro suficiente que lo
respaldara, por lo que se prefirieron bancos grandes, algunos eventualmente
centralizaron la totalidad de emisión de billetes, y el gobierno reguló la
emisión, como fue el caso del Banco de Inglaterra.
El patrón oro se reformuló durante la conferencia de
Bretton Woods en 1944, donde se propuso concentrar todo el oro respecto a la
moneda internacionalmente más importante, el dólar, que estableció una
convertibilidad de 35 dólares por onza de oro; y a partir de esta
convertibilidad se establecieron los tipos de cambio respecto al resto de
monedas en el mundo.
Desde 1944 hasta 1971 esto se mantuvo, y logró uno de
los periodos más estables en cuanto al sistema de pagos. Sin embargo, la
cantidad de oro fue insuficiente respecto al aumento en la necesidad de
imprimir dólares que para finales de la década de 1960 se hizo evidente, por lo
que Richard Nixon, el entonces presidente estadounidense decidió que el sistema
pasaría a ser respaldado en la plena confianza que el dinero sirve para
adquirir cosas.
A partir de entonces la confianza es el único respaldo
que tiene el dinero y es lo que sustenta todo el sistema de pagos mundial. La
confianza es el sustento de fondo, pero son las instituciones monetarias las
que en realidad otorgan la certeza de que el sistema continúe, esta fortaleza
en las instituciones, además del habitus de años de uso son lo que hace
que un billete de 100 pesos vale 100 pesos.
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